La Señora y El Potrillo

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  Héctor y yo habíamos estudiado juntos muchos años, muestras carreras nos habían separado, pero la amistad se mantenía y yo recordaba que su madre tenía una pequeña galería de arte cuando éramos niños, y también me acordaba de otras muchas cosas de ella que había descubierto siendo adolescente y espiándola.

  Un escalofrío de placer inocente me recorrió la espalda, recordé esos veranos en la piscina con mis 15 años observando como tomaba el sol y a mi amigo dándome codazos y haciéndome aguadillas porque me quedaba embobado…si, puede que mis primeras pajas fueran a su salud.

  Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos, ¡hala venga tío!, que ya eres todo un hombre, no te comportes como un criajo de mierda delante de ella.

  La puerta se abrió, la madre de Héctor me sonrió, sentí que los colores llenaban mis mejillas, nos saludamos con un par de besos, el tiempo pasado no parecía haberle afectado, si que era cierto que tenia arrugas, normal, con su edad y estaba entrada en carnes…la recorrí con la mirada de arriba abajo, sus tetas eran más grandes que como yo las recordaba.

Mil veces había soñado con tocarlas y sobarlas.

El vientre ligeramente marcado y las caderas y muslos carnosos y prietos metidos en unos pantalones de montar y sus botas.

¡TIO CENTRATE!!

-¡¡¡Potrillo, cuánto tiempo!!!-sonrió

- ¡Uf!, mi apodo, yo no me acordaba de lo mal que se me daba montar a caballo y de toda la paciencia con la que ella me enseñaba, yo le respondí con una sonrisa falsa, odiaba ese apodo, me atormentó muchos años…

  Nos acomodamos en una sala que siempre había sido tabú cuando éramos niños, ahí teníamos prohibido entrar bajo cualquier circunstancia, era donde ella recibía a las visitas y los niños no podíamos pasar.

-Sientate, por favor- me pidió.-¿quieres un café u otra cosa?

-No, muchas gracias.

  La vi ponerse en pie y dirigirse a los armarios, se sentó en un cómodo diván.

-¿me ayudas con las botas?, me cuesta tanto quitármelas…

Su tono de voz me sorprendió, era sugerente y sensual, no el tono de voz de alguien con el que esperas realizar una entrevista de arte.

Me arrodillé junto a ella para quitarle las botas, sus ojos se clavaron en los míos y me dio la pierna, las botas estaban demasiado limpias, y me costó muy poco quitarlas. Aproveché para acariciarle, no sin cierto atrevimiento la pierna, ella sonrió.

- ¿Ves algo que te guste potrillo? -preguntó.

-Siéntate ahí, -dijo señalando un sofá junto a la mesita de café.

  Se quitó la ropa poco a poco, sin prisa, su cuerpo era redondeado, me sorprendí mirándola con deseo, ya que yo siempre había preferido a las mujeres delgadas, se quitó la camiseta con cuidado, sin prisa, controlando sus movimientos y rozando la piel con sus dedos mientras se la quitaba.

 Abrí los ojos como platos, sus grandes pechos estaban enmarcados en un sujetador de encaje negro con transparencias, me puse en pie de golpe.

-No,- me dijo ella.

-Soy Tu Señora, dijo acercándose a mi, Potrillo, soy Tu Señora.

Era mucho más pequeña que yo, pero había algo en su tono de voz y en su presencia que me hacía obedecerla.

Cogió una de mis manos, yo me dejé hacer, e hizo que resbalara por su pecho hasta tocar su sujetador de encaje, el tacto era totalmente diferente a lo que me tenían acostumbrado mis amigas.

  Me costaba respirar, me costaba controlarme, notaba el calor que recorría mi cuerpo, me obligó a sentarme y me dio un beso en la punta de la nariz, como cuando era un quinceañero y yo volví a sentir la urgencia que sentía en aquella época de tocarme.

  Volvió junto a los armarios, su culo redondo se marcaba en sus pantalones, vi como se las bajaba y me lo enseñaba sin ningún tipo de pudor, sus caderas eran redondas y sus muslos carnosos, me llevé la mano al pene y me lo acaricié.

¡Llevaba las bragas a juego con el sujetador!, casi echo a correr hacia ella para arrancárselo todo, pero su mirada autoritaria me detuvo.

-Tranquilo, potrillo y esas manos quietas.

  No sé como fui capaz de obedecer y dejar de pajearme por encima de la ropa, intenté acompasar la respiración.

Sacó del cajón unas medias y se las puso con una elegancia y sensualidad que yo solo había visto en el cine, después se puso unos zapatos de tacón alto negros y plateados, mientras había esto me miraba de vez en cuando y me sonreía, sólo con esa mirado yo obedecía, me recordaba cuando con 15 años me reñía por espiarla mientras se cambiaba de ropa o se duchaba.

Se acerco hasta mí.

Su mano acarició mi mejilla, mis ojos no sabían que parte de su cuerpo mirar, estaba tan caliente que la habría tirado al suelo en aquel mismo instante, pero por otro lado me gustaba el juego, era nuevo para mí. Mis manos acariciaron su cuello y fueron bajando por sus pechos, suavemente, atento a su mirada o a una leve insinuación, entendía que ella mandaba, bajé las manos por los gluteos y quise meter los dedos por las bragas para tocarle el ano.

-¡Quieto Potrillo!

Me detuve al instante, nuestras miradas se quedaron fijas, me atreví a seguir bajando por detrás de las piernas y pasé por delante de los muslos y subí muy despacio a la vulva, muy suave acaricié por encima de la ropa interior, era carnosa, estaba hinchada, excitada.

Apoyó sus pechos en mi, mi cara quedó entre ellos, me sentí como aquel jovenzuelo que por fin tenia entre sus manos el fetiche de sus primeros sueños humedos, se arrodilló entre mis piernas y yo crei morir, ¡me la iba a comer!.

Su mano se paseo por mi entrepierna, pero por encima de la ropa, me sentí un poco defraudado, pero mi pene reaccionó enseguida alcanzando una erección bastante dura.

-Portillo, ¿vas a ser bueno verdad?

-Si Mi Señora.

Se levantó y sus pechos dejaron huérfana mi cara, quise agarrarla, me gustaba esa sensación.

Dio la vuelta al sofá en el que estaba sentado, metió sus dedos en las tiras de sus bragas y se las bajó despacio, las cogió y me las enseñó dejándolas caer a su lado, apoyó los brazos contra el respaldo y estiró su espalda, quedando todo su culo expuesto, aunque yo no lo veía.

-Quítate lo pantalones y ven aquí Potrillo.

Obedecí torpemente y di la vuelta al sillón, la imagen que vi me fascinó, me exaltó, casi me corro.

Cuantas veces me había imaginado a las tias con las que follaba ofreciéndoseme así, sin ningún pudor, ese culo me estaba volviendo loco, sus muslos también, tenía las piernas bien estiradas, firmes, ligueramente separadas con lo que yo veía perfectamente su vulva.

Alargué la mano y toqué su glúteo, recibí un manotazo.

-Sh potrillo, hay que pedir permiso.

-Perdón mi señora, ¿puedo tocar?

-no potrillo, aun no.-

Y con sus manos separó sus gluteos, vi su ano y todo su coño, todo abierto para mi.

-POTRILLO, méteme tu rabo por mi coño.

Me bajé los calzoncillos y sujetándome el pene se lo introduje en la vagina, sentí el calor que recorría por mi miembro, ella soltó su culo y su vagina se cerró más sobre mi pene.

  Me quería mover con fuerza, pero no sabí muy bien que hacer, me gustaba el juego y no quería estropearlo, así que esperé.

-Acariciame los gluteos potrillo.

  Mis manos recorrieron sus gluteos con suavidad, me encantaban que fueran redondos, seguí por su espalda.

-Muévete potrillo, sujétame y muévete deprisa, empuja, empotrame, potrillo.

Le sujeté los gluteos con fuerza, tenia carne y notaba como clavaba sus dedos en ella, empecé a moverme deprisa con el ritmo que ella me pedía, mientras hacía fuerza contra el sofá que empezó a crujir.

Mi pene entraba y salia con ritmo y con fuerza, mis huevos golpeaban y oia el ruido contra su vulva, me estaba poniendo cachondísimo, y notaba como sus enormes tetas se movían, ellas las sacó del sujetador y colgaban y se  golpeaban entre ellas y el sofá, Mi señora gemía sin parar, sus gemidos empezaban a subir de tono, yo empecé a gemir también, tenía miedo de correrme en cualquier momento, la situación me había excitado sobremanera y yo no creía capaz de parar aunque ella me lo pidiera, el calor recorria mi cuerpo y mis huevos me dolían de placer.

Ella empezó a apretar la vagina, contracciones regulares suaves y noté que se acariciaba el clítoris con una de sus manos.

-NO BAJES EL RITMO POTRILLO- me ordenó

Y yo me concentré en lo que ella me pedía, mi pene entraba y salia a un ritmo vertiginoso, notaba la humedad de su vagina, me sorprendió semejante cantidad y la oía gritar de placer, noté los espasmos de su cuerpo y unas contracciones vaginales fortísimas.

Yo seguía entrando y saliendo, era como si no pudiera parar, oía el ruido de sus tetas golpeando y el ruido de mis huevos y era como si no estuviera ahí.

-AHORA TU MI POTRILLO

Siguió moviéndose, acomodándose a mi ritmo ella y en unos segundos me corrí. Se había apartado y todo mi semen había caido por sus gluteos redondos, por aquellos maravillosos gluteos redondos.

Sentí que la habitación giraba me mareaba un poco, ella me miro girando la cabeza, se llevó las manos a los gluteos y con ellas se estendió todo mi semen por su maravilloso culo.

Autora:Yolanda Campos 

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